La canción “El Alma Ligera” recoge la mirada filosófica y teológica del Padre Juan sobre el voto de pobreza. En ella resuena la convicción de que las posesiones materiales se desvanecen, mientras que la sabiduría, el amor y la generosidad permanecen. La melodía y la letra invitan al oyente a contemplar el desprendimiento no como pérdida, sino como auténtica liberación. Es un canto que interpela a quienes buscan sentido y se debaten entre la aparente seguridad del mundo y la verdad más profunda del Evangelio. En su cadencia tranquila pero firme, la canción se convierte en oración y en meditación, recordando que la pobreza ignaciana no es vacío, sino plenitud: es dejar atrás lo efímero para abrazar lo eterno.
"Esta canción fue escrita en la quietud de una antigua biblioteca jesuita, rodeado de los pensamientos de quienes me precedieron: filósofos, santos, buscadores de la verdad. Fue inspirada por un estudiante que, como tantos de nosotros, lidió con la tensión entre la seguridad de las posesiones y la llamada a algo más profundo. He aprendido que el voto de pobreza no se trata de pérdida, sino de libertad. Es una invitación a aferrarse a lo que realmente importa: a la sabiduría, al amor, a la fe, en lugar de a lo que se desvanece con el tiempo. Espero que esta canción sirva de reflexión para todos los que buscan lo que no se puede comprar, sino solo descubrir." Padre Juan, S. J.
La antigua biblioteca jesuita de Madrid estaba casi vacía, salvo por el leve susurro de las páginas y el crujido suave de las sillas de madera. El Padre Juan se hallaba solo en un robusto escritorio de roble, rodeado de libros que habían resistido el paso de los siglos—las obras de Agustín, Tomás de Aquino y la sabiduría de los estoicos. La tenue luz del atardecer se filtraba a través de los vitrales, proyectando largas sombras sobre la sala silenciosa.
Había sido un día lleno de clases y diálogos, pero su mente permanecía inquieta por una conversación de esa tarde. Un estudiante prometedor, Alejandro, lo había abordado después de la lección, cargando en su voz una duda que pesaba en su corazón.
—Padre, quiero dedicar mi vida a algo que tenga verdadero sentido, pero temo perder lo que he construido. Mi familia espera que logre un futuro, que tenga éxito, que asegure mi lugar en el mundo. Y, sin embargo… siento que me llama algo más profundo, pero no sé si soy capaz de soltarlo.
El Padre Juan lo había escuchado con atención, reconociendo en sus palabras la misma batalla que él mismo había librado en su juventud. No le dio una respuesta, sino una pregunta:
—¿Qué es lo que realmente permanece? ¿Qué hace que una vida sea rica, no en bienes, sino en sentido?
Alejandro no había podido responder. Y ahora, horas más tarde, esa pregunta seguía flotando en el aire, no como un vacío, sino como una puerta abierta
El Padre Juan contempló los textos antiguos frente a él y pensó en todas las mentes que habían dejado huella no con posesiones, sino con sabiduría. Sócrates, sin nada propio, había formado generaciones. Agustín había dejado atrás riquezas para abrazar la verdad. Y Cristo mismo, que caminó sin oro ni poder, había transformado el mundo.
Con lentitud, tomó su cuaderno de notas, aquel que siempre llevaba para los momentos de inspiración. Sus dedos recorrieron el borde de la gastada tapa de cuero antes de abrirlo y escribir:
"Apreté con fuerza lo que era mío,
el peso de la plata, el peso del frío.
Pero lo reunido se hizo polvo al final,
dejándome hambriento de lo esencial…"
Las palabras brotaron con naturalidad, como si hubiesen estado aguardando su momento para salir a la luz. Tomó la guitarra apoyada en la esquina y comenzó a pulsar un ritmo lento, sereno—como un pensamiento que se despliega, como una verdad que se revela en el silencio.
Al llegar al coro, sintió que su corazón descansaba en paz. Aquella era la respuesta para Alejandro: no se trataba de huir de las oportunidades de la vida, sino de elegir lo que verdaderamente permanece. No era rechazo, sino libertad.
Cuando la última luz del día se extinguió en los vitrales de la biblioteca, la canción estaba terminada. El Padre Juan cerró su cuaderno y sonrió. Mañana se la compartiría a Alejandro. Y quizá, como la sabiduría de tantos antes que él, aquella melodía podría iluminar el camino de otro buscador de sentido.
Una canción profundamente contemplativa y sugerente sobre el voto jesuita de pobreza, escrita desde la perspectiva de un filósofo y teólogo. La canción posee un carácter meditativo, casi místico, que combina la guitarra clásica con cuerdas ambientales y un ritmo lento y constante que invita a la reflexión profunda. La melodía se siente atemporal, como una oración cantada en la soledad de un monasterio, pero relevante para las dificultades de los buscadores modernos. La letra explora el contraste entre la efímera riqueza material y la sabiduría eterna, guiando a los oyentes por un viaje de desapego, claridad y plenitud espiritual. El tono es solemne pero a la vez inspirador, fomentando un diálogo interior sobre lo que realmente importa.
“El Alma Ligera”
por Padre Juan, S.J.
Verso 1 – Suave, contemplativo, con rasgueo delicado de guitarra
A lo que tuve me aferré,
peso de plata, de piedra y fe.
Mas todo al polvo se volvió,
dejando el alma que buscó…
Pre-Coro – Cuerdas en ascenso, lento y profundo
Hay más que honor, más que el tener,
una verdad que arde en mi ser.
Coro – Amplio, cálido, invita a la reflexión
Déjalo ir, sé libre al fin,
lo que retienes no tendrá fin.
Lo que se apaga no es tu ser,
lo que entregas te hará renacer.
Verso 2 – Instrumentación más rica, voz más grave, tono de revelación
Anduve donde sabios van,
donde reyes caen y santos sangrarán.
No dejaron tronos ni poder,
sólo palabras de luz y de fe.
Pre-Coro – Repetido, con intensidad creciente
Hay más que honor, más que el tener,
una verdad que arde en mi ser.
Coro – Con convicción serena, armonías alrededor
Déjalo ir, sé libre al fin,
lo que retienes no tendrá fin.
Lo que se apaga no es tu ser,
lo que entregas te hará renacer.
Puente – Casi susurrado, con eco en forma de canto litánico
La mente vuela cuando hay paz,
el corazón ve más allá.
Los que en silencio saben dar,
dejan un fuego que vivirá.
Coro Final – Suave, desvaneciéndose como el cierre de un libro antiguo
Déjalo ir, sé libre al fin,
lo que retienes no tendrá fin.
Lo que se apaga no es tu ser,
lo que entregas te hará renacer.
Outro – Una sola nota sostenida de guitarra, y luego silencio.