I. Introducción: El Espíritu de la Búsqueda y del Discernimiento
El documento recientemente publicado por el Vaticano, Antiqua et Nova, aborda uno de los desafíos más urgentes de nuestro tiempo: el auge de la inteligencia artificial (IA) y su impacto en la identidad humana, la ética y la sociedad. Enraizado en la comprensión cristiana de la dignidad humana y en el papel único de la inteligencia en la persona, este texto ofrece una reflexión profunda sobre las oportunidades y riesgos que plantea la IA.
Para los jesuitas, esta conversación no es ni nueva ni periférica. Desde los tiempos de San Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús ha estado a la vanguardia de la exploración intelectual, el descubrimiento científico y el discernimiento ético. Ya sea a través de los misioneros-exploradores del siglo XVI que cartografiaron nuevos mundos, los astrónomos del Observatorio Vaticano, o los modernos jesuitas científicos y moralistas que trabajan en biotecnología o mecánica cuántica, la tradición jesuita ha buscado siempre “encontrar a Dios en todas las cosas” —incluyendo hoy los algoritmos que modelan nuestra realidad.
A través de las voces de seis jesuitas de distintas partes del mundo, este análisis explorará Antiqua et Nova de una manera profundamente enraizada en la espiritualidad ignaciana y, al mismo tiempo, abierta al futuro. Cada perspectiva ofrece un ángulo único: educación, justicia social, ciencia, ecología, filosofía y cuidado pastoral. Juntas, aportan una síntesis de reflexión y discernimiento para un mundo que la IA está transformando aceleradamente.
II. IA e Inteligencia Humana: Una Síntesis Jesuita
La inteligencia artificial (IA) es un fenómeno multidimensional que se entrecruza con casi todos los aspectos de la vida humana, la cultura, la ciencia y la sociedad. Sus implicaciones son vastas: influyen en la manera en que trabajamos, aprendemos, nos comunicamos e, incluso, en cómo nos entendemos a nosotros mismos. Dialogar con la IA exige una perspectiva que esté profundamente enraizada en consideraciones éticas y, al mismo tiempo, abierta a sus posibilidades transformadoras.
La tradición jesuita, con su énfasis en el discernimiento, el diálogo y el servicio, ofrece un marco único para acercarse a la IA no solo como un desarrollo tecnológico, sino como un desafío moral y filosófico.
En esta sección, examinamos la IA a través de las perspectivas de seis jesuitas estudiosos, cada uno aportando luces desde su propio campo. De este modo, adquirimos una comprensión más holística de la IA—una que reconoce tanto sus promesas como sus riesgos. Este enfoque multidimensional nos ayuda a asegurar que la IA esté al servicio de la humanidad y no en su detrimento, en plena sintonía con la misión ignaciana de buscar y hallar a Dios en todas las cosas.
“La inteligencia artificial es una creación de manos humanas, una herramienta del ingenio humano, pero no es el aliento de la vida. La capacidad de razonar, de amar, de elegir el bien sobre el mal—éstos son dones que reflejan la imagen de Dios en nosotros. La IA puede generar poesía, pero no puede orar. Puede imitar la toma de decisiones, pero no puede discernir con la sabiduría del Espíritu.”
El P. Angelo nos recuerda que la inteligencia humana es mucho más que cálculo: es espiritual, relacional y orientada a la verdad última. La IA debe seguir siendo servidora del florecimiento humano, y no convertirse en un amo que determine el destino de la humanidad. El papel de la Iglesia es garantizar que el desarrollo de la IA respete la dignidad de la persona y refuerce—en lugar de erosionar—nuestra capacidad moral y espiritual.
“La tradición jesuita siempre ha abrazado el método científico, sin ver contradicción entre fe y razón. La IA es fruto de una elegancia matemática, un reflejo del don de la inteligencia que Dios ha dado a la humanidad. Pero la pregunta que debemos hacernos no es sólo ‘¿qué puede hacer la IA?’, sino ‘¿qué debería hacer la IA?’”
El P. Chen ve la IA como una extensión de la creatividad humana, semejante a la imprenta o al telescopio. Sin embargo, advierte contra el cientificismo —la creencia de que todos los problemas humanos pueden resolverse únicamente mediante la tecnología. La IA debe ser una herramienta al servicio de la verdad, pero siempre desarrollada con límites éticos que prioricen la dignidad humana.
“La IA tiene el potencial de ser una fuerza de gran justicia —o de gran desigualdad. ¿Quién controla estos sistemas? ¿Quién se beneficia? ¿Quién queda atrás? Si la IA se utiliza para automatizar empleos sin preocuparse por los trabajadores, para manipular la verdad con fines de lucro o para reforzar prejuicios, entonces se convierte en un ídolo en lugar de un instrumento de servicio.”
El P. Mathew subraya las implicaciones éticas de la IA en las estructuras económicas y sociales. Su impacto en los mercados laborales, la desinformación y la desigualdad económica requiere una supervisión cuidadosa. El compromiso jesuita con la justicia exige que la IA sea utilizada para elevar a los marginados, y no para profundizar las divisiones existentes.
“Existe el mito de que la IA habita en la ‘nube’, como si fuera ingrávida e inmaterial. Pero la IA tiene una huella ecológica: su consumo de energía, su demanda de recursos, su uso en industrias extractivas. Si la IA no se desarrolla con conciencia ecológica, corre el riesgo de convertirse en otro medio más de explotación en lugar de una herramienta de cuidado de la creación.”
El P. Paulo ofrece una perspectiva ecológica, llamando a prácticas sostenibles de IA. Vincula el desarrollo tecnológico al compromiso jesuita con la Laudato Si’ —la exhortación del Papa Francisco a una ecología integral que respete tanto a la humanidad como al medio ambiente.
“La IA puede enriquecer la educación, pero no puede reemplazar al maestro humano. Puede ofrecer conocimiento, pero no puede cultivar sabiduría. La formación no se trata sólo de información; se trata de carácter, de formar hombres y mujeres para los demás. Debemos asegurar que la IA sea una herramienta de inclusión y no de exclusión.”
El P. Amari centra su reflexión en el papel de la IA en la educación, especialmente en el Sur Global. Aunque la IA puede democratizar el acceso al conocimiento, no debe ampliar la brecha digital. La educación debe priorizar el pensamiento crítico y el discernimiento ético, asegurando que los estudiantes aprendan a usar la IA con responsabilidad.
“Algunos buscan compañía en la IA, convirtiendo a los chatbots en amigos artificiales, o incluso en confesores artificiales. Pero la IA no puede brindar un verdadero cuidado pastoral. No puede escuchar con un corazón humano, ni puede ofrecer absolución. La misión jesuita es acompañar a las personas—no delegar ese acompañamiento a los algoritmos.”
Aquí, el P. Angelo advierte contra sustituir la conexión humana por interacciones mediadas por IA. Si bien la tecnología puede facilitar el contacto y el alcance, el núcleo del ministerio pastoral sigue siendo fundamentalmente humano, exigiendo presencia, escucha y la apertura al misterio del encuentro.
El documento vaticano Antiqua et Nova se alinea con otros textos contemporáneos de la Iglesia, como Laudato Si’, Fratelli Tutti y Veritatis Gaudium, todos los cuales subrayan la responsabilidad ética, la dignidad humana y la necesidad de una cultura del encuentro. La IA es una herramienta poderosa, pero sin una guía ética corre el riesgo de deshumanizar.
La imprenta (siglo XV): Temida en sus inicios, se convirtió en instrumento de evangelización.
La Revolución Industrial: Trajo crecimiento económico, pero también injusticia social, que requirió la enseñanza social católica.
La era digital: Amplió la comunicación, pero generó nuevos dilemas morales. Hoy, la IA plantea un desafío similar.
Discernimiento: Los jesuitas e instituciones católicas deben liderar el discurso ético sobre la IA.
Educación: La alfabetización en IA debe formar parte de la educación jesuita para garantizar un uso responsable.
Incidencia pública: La Iglesia debe colaborar con los legisladores para asegurar que la IA respete la dignidad humana.
Si San Ignacio de Loyola viviera hoy, ¿cómo se acercaría a la inteligencia artificial? Como hombre de profundo discernimiento, visión estratégica y curiosidad incansable, probablemente vería la IA no como una amenaza existencial ni como una simple novedad, sino como una herramienta poderosa al servicio del Ad Majorem Dei Gloriam (para la mayor gloria de Dios).
En sus Ejercicios Espirituales, Ignacio pone en el centro el discernimiento: sopesar cuidadosamente las decisiones a la luz de su propósito último. La IA, como cualquier innovación humana, debe ser examinada bajo este prisma:
¿Acerca a las personas más a Dios y entre sí, o fomenta división y aislamiento?
¿Se convierte en un medio de justicia y amor, o amplifica la desigualdad y la codicia?
Ignacio fue también un gran defensor de la educación y la adaptación. Los jesuitas se convirtieron en líderes globales en aprendizaje, ciencia e innovación no resistiendo al cambio, sino comprometiéndose con él de manera reflexiva y ética. La IA, entonces, es una oportunidad para que los jesuitas y la Iglesia continúen en esta tradición: asegurando que la dignidad humana permanezca en el centro del progreso tecnológico, defendiendo políticas que prioricen el bien común y formando a las nuevas generaciones para usar la IA con responsabilidad.
Quizás lo más importante: Ignacio nos llamaría a seguir siendo profundamente humanos en la era de las máquinas. La IA puede ayudar en la enseñanza, la investigación e incluso en la labor pastoral, pero nunca podrá reemplazar la esencia de la conexión humana: la capacidad de escuchar, de sufrir con otro, de amar incondicionalmente.
Para Ignacio, la IA sería otro medio para buscar y hallar a Dios en todas las cosas, pero nunca un sustituto del corazón humano.
La IA no es ni ángel ni demonio: es una herramienta moldeada por manos humanas. La pregunta no es si la IA es buena o mala, sino cómo la usaremos. Como jesuitas, nuestra tarea es garantizar que la IA siga siendo sirviente y no dueña, y que en todas las cosas —incluida la tecnología— busquemos y hallemos a Dios.
Que esta reflexión sirva como un llamado a la sabiduría, a la responsabilidad ética y a un compromiso renovado con la mayor gloria de Dios (Ad Majorem Dei Gloriam).